Wildlife (2018): Miradas y silencios en medio de las llamas




Jeanette y Jerry viven con su hijo Joe en un pequeño pueblo de Montana. Estamos en los años 60. La familia sobrevive gracias al trabajo de Jerry, lustrabotas y cuidador de una cancha de golf. Jeanette se encarga de la casa y de cuidar a Joe. Nada parece estar fuera de lo común en esta familia, ni siquiera Joe quien finge disfrutar del fútbol solo para complacer a su padre. Pero afuera, el incendio forestal fronterizo amenaza con llegar al pueblo, y con las llamas, llegan los problemas. Cuando Jerry pierde su trabajo, el golpe es tal que lo único que tiene sentido en él es ir a combatir el fuego. Las súplicas de su esposa e hijo son en vano; Jerry está decidido en ir a apagar el fuego y deja solos a Jeanette y Joe.

Narrada desde el punto de vista de Joe, la trama está tintada por su visión limitada, y por la poca injerencia que él tiene sobre la estructura narrativa. No hay fuerzas oponentes, ni relaciones contradictorias entre los personajes. En esto radica la belleza contemplativa del drama familiar de los Brinson. Jerry queda ausente, reducido a llamadas telefónicas no contestadas. Y Joe es un mero espectador, que al igual que nosotros, contempla la disolución de sus padres, esas personas que alguna vez se amaban, y cuyo amor podía sostener la felicidad dentro de una casa modesta y pequeña. Pero a Joe le sucede algo. En una noche, su adolescencia pasa de largo, como el tren que atraviesa el pueblo. Ya no es un niño, y casi por decisión propia. Debe trabajar después del colegio, preparar la cena y arreglar el inodoro del baño, todo esto mientras observa el lento (pero intenso) desmoronar de su madre. Y afuera, el fuego se sigue expandiendo, llevando consigo su inocencia.

Bajo el quietismo de Joe, Jeanette resplandece. Su personaje, quizás fuera de época, no queda confinado a la cama, sino que busca con actitudes insistentes y un carácter impetuoso, adaptarse a su nueva vida. La felicidad de ella no esta supeditada a su marido. Su vida no debería por qué ponerse en pausa. Ideas, estoy segura, que no tenían cabida aún en los suburbios norteamericanos, como una premonición al movimiento feminista de los ’60 que vendría a tambalear las estructuras sociales.

Los clientes de la tienda de fotografía donde trabaja Joe, con sus poses puestas y sonrisas perfectas, como íconos de la agraciada familia de clase media, se contrastan con la soledad de Jeanette y la ira contenida en su silencio. Joe ubica a las familias frente a un fondo azul grisáceo, con una iluminación cálida, sin sombras oscuras. Parece tomar esa fotografía que irá al portarretrato sobre la chimenea, retratos dignos de aparecer en un catálogo de muebles para el hogar. Quizás sea el anhelo de una felicidad, aunque sea montada y falsa, lo que desea Joe. O al menos recuperar esa imagen de familia ideal que había marcado su niñez. Pero las circunstancias han cambiado, y la felicidad posada se contrasta con las imágenes de Jeanette enmarcada tras un mostrador, sola en medio de la calle, o volviendo a casa en bicicleta con el humo negro de fondo que contamina el perfecto cielo azul, como reflejos de su lucha interna entre el resentimiento y el olvido. A pesar de estar confinada en la casa, ella se desprende de ese espacio cómodo en busca de algo que reemplace las frustraciones del hogar quebrado. Cada vez que lo hace, el mundo exterior se materializa como hostil, en una composición fotográfica y puesta en escena que la abruma hasta cuando elige los productos más baratos en las góndolas del supermercado, o cuando pretende cruzar la calle en una toma en picada que dibuja la calle como una barrera que trunca su vida, y ella, pequeña e insignificante, lo hace de igual manera. 

La iluminación natural baña con luz uniforme a sus protagonistas, como un suave tamiz que otorga un ambiente íntimo a la historia. La oscuridad de la noche, y las luces de noche que dibujan sombras marcadas en los rostros de los personajes, están reservadas para los picos emocionales de confrontación y disputas. Es frecuente además la composición de la casa en un plano general y sus personajes ubicados adentro o afuera con la intención de remarcar que adentro sucede algo, pero afuera sucede otra cosa. Las ventanas de la casa son pequeños espacios por donde podemos, en pequeñas cuotas, espiar aquellas acciones que nos darán pistas sobre las emociones por las que atraviesan los personajes. Por estos pequeño huecos, la inocencia de Joe se ve puesta a prueba en las desapariciones injustificadas de su madre, en las llamadas telefónicas que no son contestadas y en las cosas que él observa a través de la ventana.

Wildlife es una película de miradas. De miradas y de silencios. Joe observa impotente como su madre, al contrario de lo que podría esperarse de una mujer ama de casa ejemplar de esa época, no se queda de brazos cruzados esperando el regreso de Jerry. Ella se maquilla, se arregla, desempolva atuendos de épocas pasadas de juventud. Pero el director no la juzga ni la retrata como una villana. Los personajes son como nosotros, personas expertas en cometer errores. Paul Dano retrata el lento quemar de una familia consumida por el fuego desde el punto de vista de Joe, quien trata inútilmente de comprender el extraño actuar de sus padres. Hay miradas incómodas, miradas cómplices y miradas que imploran explicaciones.

Hay un poder hipnótico que ejerce el peligro del fuego, así como en el derrumbe de la familia de los Brinson. Continuando con la dualidad adentro y afuera, sustentada en el uso de las ventanas, de la misma manera el fuego cataliza los problemas dentro y fuera del hogar. Afuera, quema el bosque. Lo hace con lentitud, pero no deja de propagarse ni se amenazar con llegar al pueblo. Poco a poco, carcome los árboles del bosque, de la misma manera que el matrimonio de los padres de Joe se deteriora, de manera irreparable. Es imposible recuperar un árbol quemado. ¿Será posible recuperar un matrimonio roto?

Wildlife supone además una profunda contemplación hacia lo que está fuera de campo. Las actuaciones de Ed Oxenbould y Carey Mulligan, resaltadas por el uso de primeros planos mudos, hablan más fuerte con sus miradas que con cualquier línea de parlamento, y construyen con sus gestos una ansiedad por descubrir qué es lo que está fuera de la imagen; por más que se intuya lo que se está observando, mucho se deja a curiosidad del espectador, como los diálogos entre Jerry su jefe, o las peleas entre Jeanette y Jerry que son narradas a través del rostro de Joe cabizbajo, testigo de la escena, pero no partícipe. Joe es como el espectador, quien solo puede contemplar lo que sucede, y Jeanette en su desesperación, muta de madre y esposa perfecta a adolescente rebelde. El montaje dilata con inteligencia los momentos fuera de campo. Más que sugerir una reacción, invita a la reflexión, a la interiorización de aquello que está sucediendo pero no sabemos qué es. Estimula al espectador a completar el contra plano en una escena de diálogo por un rostro que expresa aquello que para nosotros falta, puede ser una mirada enfurecida, unos ojos incrédulos, o una respuesta ahogada en el silencio. Lo maravilloso es que cada uno tendrá en mente una reacción distinta, y el espectador es libre de malear a discreción pequeños fragmentos del relato.

Jeanette lleva a Joe de paseo al puesto de control frente a las llamas, en la secuencia más preciosa de la película. Joe baja del auto, sabemos que está observando el fuego, pero la necesidad de ver este espectáculo a través de sus ojos se dilata con el suave crepitar de las llamas hasta el punto que dudamos si habrá una recompensa o no. La hay. Joe desea y espera, casi como un deus ex machina, que llegue la nieve que traerá a su padre de regreso a casa. Para él, el regreso de Jerry pondrá fin a los problemas que pudo haber causado su partida. Pero tal como afirma una compañera de Joe, Si el fuego llega, será muy tarde. Para Jeanette y Jerry las llamas llegaron y de hecho, ya fue muy tarde.

Sus aprendizajes en la fotografía no fueron de utilidad para Joe, ya que él fracasa en congelar ese pequeño momento de su vida, donde todo estaba perfecto, pero quizás con una fotografía de su familia puede al menos, con una sonrisa, recordarlo como tal en un registro falso, pero reconfortante.  


Alexandra Vazquez

Trabajo realizado como parte del programa del Master en Crítica Cinematográfica de Aula Crítica

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