Bird Box (2018): Preguntas inconclusas y monstruos invisibles




En un mundo apocalíptico devastado por una fuerza maligna, la única regla para sobrevivir es no mirar. En busca de un refugio seguro, Malorie deberá huir río abajo con sus dos hijos, en un viaje casi imposible de hacerlo con los ojos vendados.
El último estreno viral de Netflix, Bird Box ha superado visualizaciones en su fin de semana de estreno. ¿Cómo? Gracias, una vez más, a la insistente campaña de marketing de la plataforma, ya que la película, cuya premisa prometía una travesía de supervivencia interesante, es una limitada exploración sobre los temas clásicos subyacentes de las películas del género como la resiliencia humana, el egoísmo, el miedo y la familia.
Para no entrar en comparaciones, la trama se desarrolla en dos momentos. Por un lado, Malorie en el río con sus dos hijos, y por el otro, un relato acelerado de cómo ella logró mantenerse con vida durante el inicio de la epidemia de suicidios masivos. Estos flashbacks, lejos de contribuir a la construcción de nuestra protagonista, entorpecen la historia al dejar afuera quizás lo más interesante: ¿cómo logra una familia vivir a ciegas? Y si ahondamos al nivel del personaje, ¿cómo Malorie supera ese pánico que le genera la maternidad?
La fuerza maligna, que al parecer adopta la forma de aquello a lo que más uno le teme, es un ente omnipresente que se manifiesta al abrir los ojos. Pero este monstruo, por así llamarlo, más que provocar horror en quienes lo ven, es tan fastidioso como los humanos capaces de mirarlo y no morir, ya que mata porque si, sin razón ni justificación, como una metáfora a una fuerza espiritual inquebrantable. 
Los diálogos descriptivos son tan innecesarios como los suicidios explícitos y tan superfluos como la personalidad de los personajes secundarios (un desperdicio de semejante elenco) que pueden ser definidos en una sola línea, la embarazada que no quiere ser madre, la hermana que le gustan los caballos, el impertinente alcohólico , el escritor miedoso, entre otros que construyen una mescolanza incoherente de elementos sueltos unidos sin juicio. Ni hablar de Niño y Niña, que quedan puntualizados ahí, en el nombre de sus personajes. Entre el exagerado uso de tomas a través de las vendas de los personajes, Bird Box despierta muchas preguntas irritantes, desde por qué son pacientes del neuropsiquiátrico los inmunes al ente al cómo hacían para comer o deshacerse de los cuerpos, en un intento insatisfactorio de entretener.

La peor escena: La llegada del intruso a la casa
Una recomendación: A Quiet Place (2018)

#unapeliculaunaescena

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