Cold War (2018): Un romance sin límites ni tiempo



En las abandonadas ruinas de Polonia posterior a la Segunda Guerra Mundial y en medio de la Guerra Fría, Wiktor conoce a Zula. Él, un director de orquesta en la búsqueda de voces autóctonas para conformar un ensamble musical; ella, una joven de voz talentosa y carácter enérgico. A pesar de sus diferencias ideológicas y de las complicaciones políticas de la época, se enamoran perdidamente. Cold War es la historia de amor entre ambos, condenados a encuentros esporádicos y desencuentros corrosivos a lo largo de los años.
Desde el primer encuentro hasta el último, en un relato que salta los años, Cold War seduce con sus dos personajes protagónicos, que sufren al estar separados pero que juntos ponen en realce sus diferencias e incompatibilidades. Los años pasan, el mundo cambia a sus espaldas, y ellos buscan la manera de encontrarse ya sea en un bar de París, en un teatro de Yugoslavia o en un baño de Polonia. La nostálgica fotografía en blanco y negro, y la inusual relación de aspecto 4:3 (que se aproxima más al formato cuadrado que al rectangular widescreen) comprime a los personajes con tanta fuerza como la imposibilidad de huir juntos a un lugar idílico no contaminado por la historia. Con insistencia, el director Pawel Pawlikowski sitúa a sus personajes en el tercio inferior del cuadro, casi al borde la pantalla, con la intención de delimitar una prisión visual que enfatiza el carácter de inferioridad de los amantes frente mundo. Los movimientos de cámara son tan sutiles y a la vez tan rígidos, que la cámara adquiere libertad únicamente cuando sus personajes lo hacen, ya sea en un encuentro inconsolable en un bar de jazz o al ritmo del rock sobre la mesa de una barra.
A través de las décadas, la música conecta los encuentros de Wiktor y Zula, cargados de nostalgia y salpicados por nuevas ideas acerca del arte y la libertad. Zula canta Dos Corazones, una canción popular folklórica acerca de un amor imposible, que muta con el tiempo en una melodía de jazz compuesta por Wiktor y grabada en un estudio. Los años pasan y ellos también van cambiando, pero algo permanece, y es el trágico destino de sufrir por un amor desesperado que no conoce las fronteras ni el tiempo.

Una escena: Wiktor y Zula bailando abrazados en un bar de jazz
Una recomendación: Ida (2013) de Pawel Pawlikowski


#unapeliculaunaescena

Comentarios

Entradas populares de este blog

The Leisure Seeker (2017): Viajando sobre recuerdos con nostalgia y humor

Memoir of a Murderer (2017): Construyendo suspenso sobre una premisa atípica

Las Herederas (2018): Cine que atraviesa el cuerpo